Unos días antes de que los futbolistas del Racing conmovieran a todos los aficionados, también a los de Inglaterra, con su renuncia a hacer lo que más les gusta para reclamar la dignidad de su oficio, el filósofo Fernando Savater describía al fútbol, en uno de sus artículos, como «ese deporte, el más corrupto y corruptor de todos».
A Savater no le faltan razones, aunque él es aficionado a las carreras de caballos, pasatiempo con notable historial delictivo. En los últimos meses, la cuadra Godolphin del jeque Mansour, que domina el ‘racing’ en los hipódromos británicos, lava su reputación tras descubrirse que uno de sus entrenadores drogó a once caballos. El deporte de los reyes no tiene por qué ser más cristalino que el fútbol de muchedumbres.
La notoriedad del deporte rey atrae a directivos pusilánimes, qué duda cabe. Alguna deformidad del espíritu ha de impulsar a alguien que se gana la vida holgadamente en otros negocios para hacerse cargo de un club y aguantar en el palco abucheos o pañuelos blancos, y que publiquen en Internet coplas a su madre los autores anónimos de la nueva prosa intempestiva.
El fútbol nació en el siglo XIX como una escisión entre quienes deseaban jugar sin premio y sin comercio y los clubes dirigidos por abanderados del pujante capitalismo, que no sentían asco por la competición y la compraventa. El también filósofo Gilles Deleuze caracterizó esa segunda idea como un rizoma que va enraizando en todos los aspectos de la vida.
Todo el fútbol devino comercio y quizá la aplicación de las teorías del capitalismo sea un remedio para su corrupción. Es complicado, porque, como han descubierto los empresarios americanos que compraron clubes de la Premier, todo club es más que un club. No es sencillo extraer beneficio cuando la grada exige que gastes una millonada en fichajes si quedas duodécimo en la tabla.
Que la solución no es revertir la conversión de los clubes en sociedades anónimas se ilustra con la historia reciente del Atlético de Madrid. Aficionados tan bien educados en el césped y en la vida por Luis Aragonés eligieron, cuando tenían derecho a hacerlo, a presidentes como el doctor Cabeza o Gil y Gil. Triunfa ahora tal mascarada con goles merced a una deuda a la hacienda pública de más de 200 millones de euros.
Un paso imprescindible en el saneamiento del fútbol español es que, propiamente capitalista, no sea mantenido por el Estado. La deuda del Atlético es calderilla comparada con lo que costará evitar el desmembramiento de la banca, pero no hay club que pueda presumir de ser, como algunos bancos, demasiado grande para dejarlo caer. Es otra regla elemental del capitalismo.
Amor y guerra
A los aficionados del Wimbledon FC, el dueño les vendió el club de sus amores a empresarios de otra ciudad. Crearon uno nuevo, el AFC Wimbledon. El viernes, jornada de cierre de fichajes, colgaron en Twitter la imagen de un viejo utilitario como el coche tipo del futbolista que podrían comprar con su presupuesto. Se lo pasan en grande y tienen un estadio que podría encajar en La Albericia.
Los nuevos directivos del Racing disfrutarían de la lectura de ‘Los Cisnes’ (Libros del KO, 2013). Pablo Gómez cuenta en él la experiencia de los españoles del Swansea y también la reconstrucción por una fundación de seguidores de su club expoliado. En 2003, el West Ham les dio gratis a Leon Britton tras una colecta de la fundación para pagar su sueldo. El mismo West Ham que los machacó, 2-0, el sábado. Simulacros de afecto y de guerra que también da el fútbol.
Fuente: El Diario Montañés